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Museo Nacional Estancia Jesuítica de Alta Gracia y Casa del Virrey Liniers

El jardín del museo

Podés visitarlo en Alta Gracia, Córdoba, de martes a domingo

La Estancia Jesuítica de Alta Gracia, desde 1977 Museo Nacional, es una de las cuatro estancias cordobesas que la UNESCO declaró Patrimonio de la Humanidad. En esa antigua residencia los jesuitas vivieron por más de 100 años. En aquella época, Córdoba era la sede religiosa-administrativa de la Provincia Jesuítica del Paraguay, que comprendía los actuales territorios de Paraguay, Uruguay, Argentina y parte de Brasil y Bolivia. Conformaba una red social, económica y cultural que la convirtió en uno de los centros de desarrollo más destacados de Sudamérica.

Juan, Alonso, Francisco Nieto, María Blaźquez Nieto, Estefanía de Castañeda y Victorino Rodríguez fueron algunos de los tantos propietarios que tuvo la Estancia. El predio llegó incluso a ser la morada del Virrey Liniers, quien participó enérgicamente en la defensa de Buenos Aires durante las invasiones inglesas y luego fue fusilado por oponerse a la Revolución de Mayo. El sitio no sólo conserva el nombre de Liniers; cuenta la leyenda que los rosales blancos que embellecían el patio principal del predio se tiñeron de rojo el 26 de agosto de 1810, día de los fusilamientos de los líderes contrarevolucionarios en la zona de Cabeza de Tigre.

Patio de los jesuitas

Las estancias jesuíticas se caracterizaron por lo extenso de sus predios. En Alta Gracia, un enorme jardín es antesala a la Iglesia y a la residencia de los religiosos, hoy galerías del museo. Una gran escalinata doble rampa, imponentes y extensas galerías impactan a los visitantes que se acercan a recorrer el lugar.

“Ese gran jardín fue llamado durante muchos años ‘patio de honores’ porque era recorrido a diario por los jesuitas. No tenían acceso los esclavos ni menos que menos las mujeres. Éstos sólo circulaban por un segundo patio ubicado en la parte trasera, al que se accedía por una única puerta”; relata Silvana Lovay, coordinadora del área de comunicación del Museo de la Estancia. Posteriormente, con la revisión del guión museográfico y la convicción política del museo de rescatar relatos que recuperen a los personajes invisibilizados de la historia, decidieron llamarlos Primer y Segundo Patio, o Patio de Labores.

En la residencia de la Estancia vivían dos o tres jesuitas que se dividían los trabajos asignados por la orden. Unos se encargaban de la administración económica y la enseñanza de oficios, y un tercero tenía a su cargo la tarea de impartir misa. Una vez por año, recibían visitas de los estudiantes del Colegio Máximo de Córdoba, el resto, convivían con los negros esclavizados, capataces, trabajadores estacionales y sus familias.

Patio de labores

La Estancia de Alta Gracia fue uno de los centros rurales más prósperos de su época. Tenía como objetivo el sostén del Colegio Máximo que luego se convertiría en la primera universidad del territorio argentino.

La mano de obra esclava fue fundamental para el sostenimiento de la economía regional. Los negros se ocupaban de las labores principales, en la herrería, en los hornos, los molinos y la huerta. También en el obraje, donde se encontraba la jabonería, la carpintería y se confeccionaban los tejidos en telar, que eran la fortaleza de la Estancia.

Los negros esclavizados y sus familias habitaban ese segundo patio, que si bien se desatacaba por el movimiento constante que demandaban las tareas diarias, también fue un sitio donde pudieron compartir la música y las costumbres que perduraron a pesar del proceso de evangelización de los jesuitas. “Nos interesa recuperar mucho de esa identidad que resistía en ese segundo patio: la música, la danza, alguna comida, para no hablar siempre del pasado doloroso, aunque es muy difícil tratándose de temas como el desarraigo y la esclavitud”, señala Lovay.

En el segundo patio, también fueron contados uno a uno los 280 esclavos y sus familias al momento de la expulsión de los jesuitas del territorio en 1767. Pero algunos continuaron sus labores con los nuevos dueños de la Estancia.

Posiblemente, Catalina Solares, quién podría haber sido la última esclava de la Estancia, haya guisado en ese cocina rústica que se encontraba en el patio o tejido en los telares. A conocerla llegan los niños y niñas de las escuelas cordobesas, quienes se acercan para escuchar la historia de las personas africanas que eran arrebatadas de su tierra y vendidas en otras partes del mundo. Reflexionan sobre la esclavitud, danzan el “SI SI Kumbale”, el ritual de la siembra, y le brindan homenaje a los esclavos encarnados en la figura de Catalina, escribiéndole mensajes de reconocimiento.

Jardines que mantienen viva la memoria

Recuperar los lugares y las voces negadas a lo largo del tiempo para ponerlas en diálogo con el presente es uno de los pilares en los que se asienta los proyectos educativos y culturales del Museo Nacional Estancia Jesuítica. Esta tarea es posible sólo involucrándose con las diversas comunidades de la región, trascendiendo los muros del museo y promoviendo la participación de los habitantes de Alta Gracia

De esta manera, como hace 400 años, decenas de mujeres se juntan semanalmente a tejer al sol, rememorando aquella tarea que fue tan prestigiosa para la Estancia. También la memoria se pone en juego a través de los sabores serranos, donde la comunidad participa en la recopilación y elaboración de recetas de cocina que se elaboran entre los jardines arbolados de la Estancia.

Esos patios conservan entre sus muros las historias de mujeres, hombres, niños protagonistas de una historia que hoy nos trasciende como sujetos sociales. El ayer pone en juego los usos y costumbres y propone poner en valor hoy, lo que fuimos y lo que somos; las historias, los relatos, y sus protagonistas. Podés visitarlos