El término “mamacha” es un híbrido, producto del español mamá y el sufijo diminutivo quechua cha. Mamacha hace referencia, entre los pueblos andinos, a una mujer madura, procedente de las sierras y defensora de la vida, y en ese sincretismo que se produce entre lo simbólico andino y lo religioso cristiano, el término mamacha hace referencia a ella como una virgen, en el sentido de cobijante y entrega a les otres.
La singularidad de la mamacha emana desde el interior de su alma hasta la piel. Tiene tanta frescura su piel y, a la vez, tantas marcas como la tierra generosa que pisa. La mamacha genera devoción, tiene fieles que le agradecen por sus infinitos favores.
Nuestra mamacha, la INSURRECTA Hilda, se gana ese título por la ritualidad del abrazo. Es la madre que nos AMAMACHA, nos cobija, nos lame las heridas y nos acoge en lo comunitario. Su obra da voz a quienes históricamente han sido despojades de ella. La mamacha arroja luz, visibiliza, crea puentes.
El amamacho de nuestra mamacha Hilda es cariño, es consuelo, es mimo, es ternura… es “la gallina que cubre los huevos y los incuba” en el sentido que su amamache es el calor y el cariño que cubre, que protege, que abona, que esperanza. Ese abrazo de nuestra mamacha es la seguridad de que no estás solo, de que no estás sola, de que aquello que tiene que decirse y que tanto han silenciado, se dirá.
Gracias hermosísima mamacha nuestra por tus infinitos amamaches.